Les presento a Charles Magnante. Mangante, no; eso es otra cosa: es un coleccionista de comics manga que no los paga. Es un acordeonista. Pero resulta que el acordeón ya no se lleva.
Dominados por las modas, actuamos a su dictado y los tiempos, ahora, marcan otros ritmos, distintos instrumentos, nuevas músicas.
El acordeón ya no se lleva. No tiene futuro, y, no escuchas a nadie decir en la peluqueria: mi Julio Alberto José se está labrando un porvenir como acordeonista, como máximo, ascensorista.
(Acarrearlo, transportarlo, es ya, en si un trabajo)
Y por tanto, esa imagen, esa figura lejana, antigua, entre circense y de pizzeria, de una persona soportando el peso de un instrumento y gesticulando como si se estuviera abriendo la barriga y extrayendo música, está «demodeé». Retrotrae a «l’ancien temps», a otras culturas, limitándose, tal vez, a un determinado y residual folclore.
No va. No funciona. No mola. Mi consejo es: no inviertan en acordeones. Consuélense escuchando a Charles Magnante.
Acordeón a mogollón.
Les presento a Charles Magnante. Mangante, no; eso es otra cosa: es un coleccionista de comics manga que no los paga. Es un acordeonista. Pero resulta que el acordeón ya no se lleva.
Dominados por las modas, actuamos a su dictado y los tiempos, ahora, marcan otros ritmos, distintos instrumentos, nuevas músicas.
El acordeón ya no se lleva. No tiene futuro, y, no escuchas a nadie decir en la peluqueria: mi Julio Alberto José se está labrando un porvenir como acordeonista, como máximo, ascensorista.
(Acarrearlo, transportarlo, es ya, en si un trabajo)
Y por tanto, esa imagen, esa figura lejana, antigua, entre circense y de pizzeria, de una persona soportando el peso de un instrumento y gesticulando como si se estuviera abriendo la barriga y extrayendo música, está «demodeé». Retrotrae a «l’ancien temps», a otras culturas, limitándose, tal vez, a un determinado y residual folclore.
No va. No funciona. No mola. Mi consejo es: no inviertan en acordeones. Consuélense escuchando a Charles Magnante.