Hablar por No Fumar (Reflexiones de un converso o cóncavo)



Se deja el tabaco como a un amor en pecado que nos domina / daña, y, que a todas luces, no nos conviene. Eso sí, momentos antes de que sea tarde, y, nos abandone él, marcándonos, o, perjudicándonos, dolorosamente.

Canalla y calladamente. 

Pues el sistema está montado para lesionarnos, como único fin, y lo que nos gusta, está prohibido, mata o engorda. (Que es la peor de las muertes: la defunción social).

A regañadientes. En una ruptura en la que no te vas del todo, algo tuyo se queda, ahí, como no se deja nunca de ser fumador, aunque no se fume más. Lo dejas a efectos formales o fiscales, pero nada más.

Se diría que ambos casos llevan implícita una turbia forma de resarcimiento. Una suerte de venganza malentendida contra la sociedad; una manera de recuperar los peajes, canjear los tickets de los gastos menores, en el primer caso, sin importar un daño a terceros, y, en el segundo, sufriendo un serio desgaste que la propia vida no exige ni merece.

Se fuma, para evidenciar al mundo y a nosotros, principalmente, el esfuerzo monstruoso que nos representa desarrollar la puta actividad diaria, desempeñar un trabajo que no nos llena, no ser dueños de nuestro tiempo, o, acabar nuestra pequeña o gran historia de amor comprando, juntos, papel higiénico en el supermercado. 


Y eso, esa frustración, se traga mejor con humo.

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