Una librería se abre paso, majestuosa, soportando un rimero de ejemplares de la revista Scoophouse, con sus tórridas «gatitas» y, varias Enciclopedias, incluida la de La Esfera de Lecturas, junto a tratados criminalistas y libros de consulta; tomos, pesadamente gruesos, cuya misión final sea acumular polvo; adquiriendo, especial relieve y protagonismo, a la otra mano, su colección de Títulos y Certificados enmarcados, (permiso de armas, artes marciales, dactilo-mecanografía) esparcidos, por la extensa y sufrida pared medianera, obtenidos, eso si, de las más variopintas procedencias, y, homologados en remotas Escuelas, extraños Centros de Enseñanza y foráneas Universidades.
Un trofeo al cuarto puesto en un certamen de tiro de pichón, y, un letrero donde se avisa «que no se reintegra el anticipo a cuenta de los encargos, ni por causa de fuerza mayor» adornan la parte superior a una cómoda, donde brillan, los dibujos talla diamante, en una botella de cristal con whisky y seis vasitos, a juego; (rodeándola como polluelos) set de decorado recurrente, en todas las películas de detectives, serie B. Fulgen.